PARACELSO Y LA ROSA

Hernán Gene

“Mas esto será eficaz
Sólo si el que hace La Magia
Es lúcido, tiene fe
Y la conciencia sin mancha.”
Jorge de la Vega

Pienso que un artista, un verdadero artista, uno de los realmente buenos, no es más que, digamos, una antena. El que capta y transmite. Cuando estás interpretando y logras dejarte llevar y a la vez cumplir con la estructura del trabajo, no estás haciendo otra cosa que dar vida a los fantasmas que nos rodean, a las voces que nunca se oyeron; en otras palabras, al espíritu.

Borges solía decir de algunos cuentos suyos, que no habían sido escritos por él, que los había soñado –casi decía “me fueron dictados en sueños”-; Paul McCartney suele contar que una mañana se despertó, se sentó al piano y tocó “Yesterday”, así, sin más.

Entonces sucede que el artista ha sido llamado a serlo; inevitablemente: ocurre; y todo el sacrificio de una vida de preparación, estudio y perfeccionamiento, así como el arduo y doloroso proceso de ensayo no es otra cosa que la preparación para ese sublime sacrificio que es el acto de creación en el que das sin esperar nada a cambio.

Pero esto si el performer está realmente preparado. Estar preparado no significa tan solo dominar la técnica a la perfección, que es fundamental, ni tampoco tener ante el trabajo una actitud ética irreprochable, ni tener una disciplina férrea; no solo eso, significa ser humilde.

Humildad en un acto de entrega. Actuar es dar, entregarse como una ofrenda, sin esperar nada a cambio, porque sabes que lo que entregas no te pertenece, has sido elegido para el regalo y por lo tanto has de estar agradecido.

Muchos artistas se pierden por falta de humildad. Envanecidos de sí mismos olvidan lo más importante, aquello para lo que han sido llamados, la razón que da sentido al talento, y no hacen otra cosa en el escenario que pavonearse con un cúmulo de recursos del engaño. Ser humilde significa tener conciencia de la propia insignificancia, significa saber que no eres nada, y cada vez menos cuanto más alto llegues.

Se puede morir y resucitar innumerables veces en el escenario, pero debes morir totalmente, quedar vacío, exhausto e insignificante luego del acto, entonces y solo entonces, como la rosa de Paracelso, volverás a la vida, brillante, a la espera de una nueva oportunidad.