QUÉ ES “EL PROPIO CLOWN”.

Jaques Lecoq comenzó a explorar el terreno del clown de teatro durante la segunda mitad del S. XX. Es a partir del trabajo y las investigaciones que él realizó en su escuela de París que este clown que conocemos se ha hecho popular en el medio teatral europeo.

Se trata de que el actor encuentre qué tiene él mismo de clown, de ridículo, y pueda mostrarlo al público y permitir que se rían de él. Así el clown deviene humano, transparente y único, pues hay características personales muy íntimas en juego.

Por lo mismo, se deduce que este personaje que habita dentro del intérprete se encuentra fuertemente protegido por el inconciente ya que todos hemos vivido la fuerte represión social que hay hacia el payaso que llevamos dentro. Basta recordar la cantidad de veces que se le dice a los niños “no te hagas el payaso”, “no seas ridículo”, etc. Estas frases represivas provenientes de aquellas personas de las que dependemos física y emocionalmente durante nuestra infancia calan muy hondo y van formando una personalidad digna de verse insertada en nuestra sociedad, esta sociedad en la que se debe ser eficaz en lo que se emprende, que denigra la torpeza física e intelectual, que desplaza y margina al diferente, entre otros al clown.

Así entonces, cuando un adulto profesional o un joven aspirante a actor encare el trabajo del clown de teatro por vez primera es más que probable que se enfrente a un sinnúmero de emociones diversas, muchas de las cuales no suelen ser del todo gratificantes. Al menor intento de colocarse frente a un público y tratar ponerse en ridículo saltan todas las alarmas de su mente, que se pone más que alerta para evitar que eso suceda. El antiguo reflejo de comportarse correctamente a cambio de no perder el alimento físico y el amor que sus progenitores y protectores debían darle y del que ha dependido durante tanto tiempo se activa y por más que la razón acepte que esto ya no tiene motivo de ser, el cuerpo dice ‘no’ y se bloquea ante la sola idea de hacer el ridículo delante de los demás.

Explorar este territorio es el primer paso en lo que se llama un curso de clown y las acciones y reacciones que aparecen en cada intérprete cuando lo intenta van a conformar aquello que llamamos ahora “el propio clown”. Es clown porque es ridículo y es propio porque el sentido del ridículo ante tal o cual cosa es absolutamente personal y depende de la educación que hayamos recibido en nuestros primeros años de vida.

LA CREACIÓN DEL PERSONAJE

Pero desde aquí hay un salto muy grande a la creación y construcción del personaje, del clown.

El clown es un personaje que como todos los personajes vive dentro del actor que lo interpreta. Pero no basta con llevarlo dentro y aprender a convivir con él para interpretarlo; es necesaria una gran formación técnica y profesional: dominar la acrobacia, tocar al menos tres instrumentos, ser un buen malabarista, bailarín, cantante, actor, etc. Suele ocurrir, además, que el actor que se dedique al clown lo haga para toda la vida. Pero es lo mismo que aquello que a nosotros, artistas occidentales europeos modernos, nos parece sorprendente de algunas disciplinas teatrales orientales o antiguas tradiciones teatrales europeas como la Comedia del Arte: un actor dedica toda su vida a interpretar un sólo personaje. Chaplin, Groucho, Dimitri, Popof, Charly Rivel, Harold Lloyd… La Lista es bastante extensa y es por demás cierto que tal nivel de excelencia no se consigue en un curso de clown. Ni en dos.

EL ENTRENAMIENTO DEL ACTOR

Al comenzar un curso de clown se establecen inmediatamente algunos principios básicos para desarrollar el trabajo.

Primero: el teatro es un juego y la alegría del juego debe estar presente en todo lo se hace en el escenario.

Segundo: se debe reaccionar a los impulsos físicos antes de a los impulsos mentales. A una señal el actor debe saltar y luego, si cabe, puede reflexionar acerca del salto que ha dado.

Tercero: como en todo juego el jugador/actor debe estar presente y vivir en ese presente; si se distrae pensando en aquello que vendrá (y podría no venir) o en aquello que pasó (y por lo tanto ya no existe) no podrá reaccionar con efectividad cuando le llegue el turno.

Cuarto: en una improvisación/juego debe ser absolutamente sincero con lo que le pasa, con lo que siente y desea, o de lo contrario perderá el favor del público.

Quinto: esta obligado a ser absolutamente transparente, a permitir que todo su ser sea visto como en una radiografía y a reaccionar sin autocensuras.

Sexto: debe aprender a desarrollar un juego haciendo que se prolongue lo más posible de manera siempre sorprendente y sin saltarse las reglas.

Séptimo: debe aprender a ver y percibir al público y a saber qué quiere, cuáles son sus deseos en cada momento respecto a las acciones de los personajes para decidir si quiere darle lo que espera o no. No puede, de ninguna manera y bajo ningún punto de vista, aislarse en escena y llevar adelante sólo aquello que se imagina puede andar bien.

Octavo: así mismo debe aprender a reconocer durante una improvisación los momentos de alta intensidad dramática para desarrollarlos y explotarlos en su favor.

Noveno: debe ser tan humilde que pueda reconocer que sin el público no vale nada.

Décimo: debe aprender a soportar que el público ría de sus desgracias más íntimas. Más tarde eso le alegrará.

Todo esto, que suele ser un duro golpe al ego, deviene, por lo mismo, en un excelente entrenamiento para cualquier intérprete de la escena pues en estos ítems está la esencia del teatro y de sus artistas.

Es por eso que me parece altamente recomendable que cada escuela de teatro, de danza o de circo que se precie de serlo tenga muchas horas a la semana dedicadas a la búsqueda del propio clown y que todos los actores, principiantes y profesionales, deberían una y otra vez retornar a la experiencia de realizar un curso de clown como entrenamiento.

Como opinaba Peter Brook y supongo sigue opinando: “Necesitamos la magia, pero la confundimos con el truco”

Un teatro vivo exige creadores vivos, imaginativos y personales, vulnerables, generosos, humildes y brillantes, artistas que hacen el sacrificio de entregar su cuerpo a favor del teatro, un arte por demás efímero e inexplicable.

Hernán Gené