Por Hernán Gené

En el nuevo curso de post grado en Carampa, se nos plantea una nueva y gran dificultad, al menos en las sesiones dedicadas a la interpretación:

¿Cómo trabajar dentro de una misma clase con alumnos con distintas escuelas, distintos códigos y, sobre todo, distintos objetivos? Un desafío.
Siempre que esta situación se plantee lo primero será crear un código común para el grupo, un lenguaje a través del que todos nos podamos entender. Pero –otro desafío- en el curso de Post Grado, los alumnos entran y salen de él según sus necesidades e inquietudes renovando o cancelando mensualmente su compromiso con el trabajo (vale decir que el alumno puede trabajar desde un mes a todo el curso según sus propios criterios y posibilidades).

Como el trabajo es lo único que nos une y lo que nos define he decidido partir de allí y dejar que ese código común surja naturalmente. No puedes dedicarte a buscar lo profundo directamente, debes limitarte a bordear la periferia y estar alerta, a la espera de poder encontrar la brecha que te permita entrar.

El trabajo se vuelve más y más interesante a medida que nos vamos conociendo y el alumno se enfrenta a sí mismo en el trabajo. El objetivo del post grado es que los profesionales asistentes preparen un trabajo para presentar en público y en la asignatura de interpretación el trabajo es guiarles para que lo consigan. En interpretación la idea de un guía se confunde fácilmente con la idea de un director. Efectivamente, un director es, entre otras muchas cosas, un guía; pero ¿es necesariamente un guía un director? ¿Debe este guía cumplir las funciones de un director de escena para sus alumnos? Creo que la respuesta es: decididamente no. Como director decido sobre la estética del espectáculo, sobre su ideología y sobre el mínimo detalle de acuerdo a mis propios gustos e ideas, pero no creo que sea esto lo que deba hacer con los alumnos. ¿De qué les serviría si me pusiera a montar cada número de acuerdo a mis necesidades?

Entonces, al igual que en el circo, más difícil todavía. Un nuevo desafío se plantea: ¿Cómo ayudar al alumno a que saque lo que tiene dentro? ¿Cómo guiarlo para que lo haga sin influir en cuestiones estéticas, de lenguaje o ideológicas? Hay que escuchar y saber interpretar lo que hay detrás de las palabras, de los gestos de cada uno. Poder descubrir la vida individual que tenemos delante y ayudar para que sea puesta en el escenario.

Algunos alumnos trabajan desde la nada, desde la vaga intuición que les dice que dentro de ellos se encierra algo que es hora de poner fuera; otros trabajan partiendo de un resultado, no del todo satisfactorio pero eficaz, que saben que pueden y deben mejorar si quieren alcanzar un nivel de excelencia en la escena digno de las exigencias del medio. Los dos trabajos son muy interesantes y plantean el problema del escultor: la piedra ya tiene la forma de la escultura escondida en sí misma y tú no debes darle una forma sino hacer que esa, su forma artística encerrada, aflore, vea la luz, o mejor dicho, sea vista por la luz, sea iluminada; debes liberarla.

En el primer caso trabajas con los miedos e inseguridades propias de un nacimiento y debes tomar todas las precauciones que tomarías para cuidar un brote que está apenas asomando sobre la tierra pero que sabes que cualquier brisa o lluvia puede dañar irremediablemente, y al mismo tiempo no ignoras que, sin embargo, esa lucha con la naturaleza le hará fuerte, si sobrevive; también debes tener en cuenta que esa fragilidad lleva una gran fortaleza: la que permitió al brote abrirse paso a través de la tierra, empujando para salir; una gran voluntad de vivir. No puedes encerrar la planta para que nada le pase pues la ahogarías y la matarías por exceso de celo, debes permitir que haga su proceso y cumpla su destino.

En el segundo caso te encuentras con las resistencias propias de toda crisis: ¿será realmente mejor cambiar todo lo que sea necesario cambiar? ¿No será mejor dejar las cosas como están? ¿Y si hago el cambio y luego, insatisfecho, no puedo volver atrás? No hay respuesta a estos interrogantes si hay que ser honestos. Todo esto puede pasar, sin duda; pero cuando un cambio se presenta en tu vida se abrirá paso a través de todas las barreras como si tuviera entidad propia, como si nada le importara más. En este caso lo mejor es estar abierto y recibir el cambio como viene y relajado, pues lo que no ocurre por las buenas ocurre por las malas.

Todo proceso de creación, el que sea, es un viaje, y como todo viaje es un encuentro con uno mismo; un encuentro con partes encantadoras y con partes desagradables de uno; y un encuentro también –y una dura lucha- con nuestro ego, que nos hace creer que nada es ingobernable y que todo está en nuestras manos. No habría que olvidar que uno domina la técnica, pero lo demás es un desafío, el desafío del artista.

Es muy bueno tener compañeros de ruta; y mejor todavía es tener la posibilidad de contar con un guía, pero el viaje es de uno, en solitario; será compartido al volver, y aún así no habrá nadie capaz de entender en su verdadera dimensión el enorme sufrimiento necesario para haber salvado todos esos desafíos. Esa dimensión es íntima, propia, y como toda experiencia es intransferible.

Admiro la valentía de mis alumnos.