Jean Jaques Thiérrée y Victoria Chaplin, enormísimos cronopios.

Hernán Gené

No encontramos con el Cirque Invisible y su espectáculo “Cirque Imaginaire”. Y digo expresamente “nos encontramos” porque eso fue la representación de Jean Jaques Thiérrée y Victoria Chaplin en el Círculo de Bellas Artes: un encuentro.

Como ya es su costumbre llenaron el escenario de simpatía, magia, humor, poesía, candor, misterio y generosidad. Un espectáculo detenido en el tiempo -y tal vez en otro tiempo, que no este-, un espectáculo amoroso pleno de ternura.

Mientras me deleitaba con las apariciones de ella danzarina, funambulista, y con las grandes apariciones de él, pícaro clown de sonrisa de niño travieso, delicadas y mínimas -casi haiku-, y deseaba que el espectáculo no terminase nunca y que siguiesen sacando y regalándonos extraños aparejos, maletas, coches, conejos, gansos, instrumentos, paraguas, sombrillas, colores, vestuarios y juegos y más juegos, mientras todo esto ocurría, digo, no podía dejar de tener la melancólica sensación de estar asistiendo al fin de una época; pues Cirque Invisible pertenece a otro mundo, como muchos de nosotros.

Jean Jaques Thiérrée y Victoria Chaplin, enormísimos cronopios, llevan por el mundo desde hace más de 10 años este espectáculo bellísimo y totalmente ante comercial, con una simple estructura de “me voy yo y entras tú y luego yo y luego tú y ahora los dos”, donde el amor trashuma en cada gesto y en toda su factura.

Era hermoso ver cómo él se deleitaba mostrándonos que la magia puede aún persistir a pesar de enseñar el truco y cómo ella nos llevaba de lo humano a lo monstruoso transformándose delante de nosotros y a veces dejándonos solos con un vestido arrancado y colgado del cielo.
Cirque Invisible es una de esas compañías que nos reconcilian con la vida, con lo simple y hace que nos preguntemos por qué no vemos cosas así mucho más a menudo, que la vida es tan corta.